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Ponerse escéptico con esta película sobre el Maracaná es un capricho. Es una película sobre fútbol. Una película sobre hombres jugando al fútbol. Como bien dijeron Sebastián Bednarik y Andrés Varela (los directores) parafraseando a Lynch; “el cine es un hombre en problemas”. Bueno, aquí eran once, y justamente los que estaban en problemas no eran los uruguayos sino que eran los brasileros. Cuando sea uno capas de entender todo esto, de asumirse frente a una película que no tiene cómo disfrazarse de otra cosa que no sea de fútbol, lograremos sentarnos frente a la pantalla a disfrutar de que nos cuenten una leyenda que ya se recontra sabe. En Maracaná no se hablará de política, ni de la sociedad, ni de economía, a menos que eso lleve al fútbol, a menos que nos ayude a tener una mejor visión de esos hombres. Maracaná plantea al mundo desde el fútbol y no tiene que dar explicaciones a los que piensan que el fútbol es poco importante, y ese es su primer mérito, lo que podríamos tal vez tildar de autenticidad.

 

El segundo y más importante mérito es haber logrado contar una historia sin ningún otro material que el de archivo, que si nos remontamos humildemente a los años cincuenta no nos costará entender que no se hubiera filmado lo que hoy nos resultaría indispensable, que es básicamente todo el partido y todo lo que lo rodea (hasta la última reacción posible) De hecho el partido completo no estaba en ninguna parte y los directores tuvieron que recorrer bastante para encontrar retazos de filmaciones esporádicas de la televisión internacional mayormente (en Italia sobre todo), descubriendo que evidentemente en Brasil tenían poco y nada (por culpa de un incendio según los directores: muy probable, en un clima como ese con filmaciones en 16 y 35mm). En la Cinemateca Uruguaya incluso se encontraron filmaciones. Pero el mérito, lo curioso e interesante de Maracaná, es que uno nunca sabe con certeza lo que está viendo. Personalmente fui incapaz de reconocer los rostros cuando se muestran las prácticas y las concentraciones. Incluso en el famoso gol de Ghiggia algunos se animaron a decir que no era el gol real, que era otro parecido, y en definitiva podían defenderse diciendo que la cara de Ghiggia, se ve poco y mal, o que podría ser otro gol en otro partido lo cual es más creíble. Entonces podemos afirmar que lograr revivir una emoción como tal a partir de la nada, creando un mundo a partir de imágenes literalmente perdidas, recuperarlas y ponerlas en su lugar para darles un sentido –o el sentido que siempre tuvieron- y todavía moverse con soltura para a través de otros testimonios construir ese relato, es un mérito y no otra cosa.

 

Hay cosas que uno ya esperaba; la música de tensión antes del gol (unos violines medio insoportables), el relato detenido en cosas que ya fueron resueltas como; “España hizo el segundo gol y eran imparables, parecía muy difícil dar vuelta el partido”, que quien no sabe el resultado se lo imagina y quien lo sabe se resigna a recordar que evidentemente terminaron por darlo vuelta. Pero después; la manera en que se construye la imagen de la selección Uruguaya es fenomenal. Comparando sus concentraciones (descontracturadas) con la de los europeos (sencillamente robóticas) y el uruguayo absolutamente desconcertado e incapaz de entender qué demonios estaba sucediendo con esos tipos y sus “nuevas técnicas de entrenamiento”, la película explica sin explicar (apúntese otro mérito) que Uruguay ganó en el cincuenta por razones que no estaban esencialmente en lo futbolístico, sino en el empeño basado en las ganas y no en las posibilidades, o la figura Obdulio Varela que se transforma en un personaje esencial por la forma en la que resuelve motivar al equipo para ganar, porque había ganas de ganar y no mucho más que ganas.

La selección Uruguaya no tenía nada que perder. Ni posibilidades o tiempo, ni mucho menos dinero. El resto de las selecciones se muestran con pretensiones, con otro espíritu. Y el uruguayo (que aquí se estereotipa en función de la idea de colectividad que es esencial para el film) con esa actitud de bicho de campo en la ciudad, con ese ímpetu de que “si sale, sale y sino mala suerte” que inevitablemente los tenía a todos tranquilos, o por lo menos disfrutando de estar allí, de contar con esa posibilidad de ganar. El espíritu uruguayo esta allí. En estereotipos sí, pero que para generalizar son inevitables. Con esa actitud retobada, achicada, y la sonrisa después de haber ganado de atrás, sin joder porque nunca se habían metido con nadie, porque llegaron porque pudieron, por suerte, qué se yo, ganando, casi que pidiendo perdón, sin convicción ninguna más que la de haber ganado cuando ya se había ganado (y todas esas actitudes con las que hacen reír las murgas y las imitaciones de uruguayos). Pero en Maracaná no se alza la figura del uruguayo como un héroe. Conmueve y es tierna pero se atina en decir (se entredice de hecho, y apúntese aquí otro mérito más) que el valor es indispensable, y aquí se alza la figura de Obdulio, que es ejemplar. Y el final, que no será novedad para nadie, se remata con la imagen del camión de la caravana con el cartel de uruguayos campeones, y la voz en off que en silencio anuncia que aún hoy, 64 años después de aquel triunfo, se vive bajo su sombra, como un emblema imposible para las generaciones que aún siguen intentando ser como aquellos. Esta película entonces explica, como en otros términos lo explicaba Jaime Ross en su excepcional relato del partido de Holanda-Uruguay en el mundial pasado, y con la relevancia del peso de otras cosas en juego (televisación por ejemplo, además del poder político y social que ya jugaba también en tiempos del maracaná), que ganar un campeonato puede significar mucho más que un buen juego. Jaime Ross se lo adjudicaba al arbitraje y Maracaná se lo adjudica al empeño y obviamente a la buena suerte. Ganar un campeonato y “ganar” en la vida, es lamentablemente mucho más que solo hacer bien las cosas. Claro, ganar en esos términos siempre es alzarse con una copa y salir en la tapa del diario. Pero hay otras victorias en la vida. ¿O el fútbol es como la vida? No sé. Maracaná es un documental sobre fútbol. Decir más sería robarle un poco de esa autenticidad de la que goza.

Maracaná

Año: 2013

País: Uruguay

Directores: Sebastián Bednarik y Andrés Varela

Edición: Guzmán García

Fotografía: Pedro Luque

Documental.

Desde la sombra.

 

OTROS

ESTRENOS

Maracaná

de Sebastián Bednarik y Andrés Varela

 por Agustín Fernández 

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